domingo, 20 de septiembre de 2009

La soberbia del lobo



Por aquel tiempo yo vivía en Recoleta
y no tenía amigos.
Quería ser juglar
y componía canciones de noche,
encerrado en la cocina.
Me gustaba cantar con la luz apagada
o bajo la luz frugal de una vela:
había un público devoto tarareando allá en el fondo.
A veces faltaba a la facu
y me quedaba tocando hasta tarde,
resolviendo acordes,
ajustando estrofas.
Cuando no había nadie
-cuando sabía que nadie vendría-,
me grababa con un walkman japonés
y luego me escuchaba tirado en la cama,
con los ojos abiertos, reflexivos.
Estaba enfermo o loco o viejo.
Creía en la soledad.
Me obsesionaba la muerte.
Estaba persuadido de algo,
intuía alguna cosa.
Era soberbio, arrogante,
tímido, escrupuloso.
Dormía mucho.
Estaba loco o triste
o viejo.
Creía en la soledad.
Cantaba en a la cocina.

4 comentarios:

Acercandra dijo...

y este también.

Anónimo dijo...

En aquella cocina era fácil estar a oscuras.
En aquel cuarto era fácil quedarse solo.
Cuántas noches de derrota habremos pasado en Recoleta, en aquella casa, dejándonos no ser lo que queríamos ser.
Y sí, éste eras tú.

ote dijo...

Hace poco cambié la araña de aquel cuarto -esa araña plomiza a la que sólo le funcionaban dos foquitos, te acordás?- por una lámpara moderna y potente. El trueque, sin embargo, no produjo ningún efecto: la oscuridad sigue ahí, inalterable, impregnada a las paredes como manchas de aceite quemado.
No hay caso con este barrio: por más luz que uno le arroje encima, Recoleta será siempre una vieja de rostro hundido pidiéndote que te quedes con ella, por favor, este fin de semana.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.