domingo, 20 de septiembre de 2009

La soberbia del lobo



Por aquel tiempo yo vivía en Recoleta
y no tenía amigos.
Quería ser juglar
y componía canciones de noche,
encerrado en la cocina.
Me gustaba cantar con la luz apagada
o bajo la luz frugal de una vela:
había un público devoto tarareando allá en el fondo.
A veces faltaba a la facu
y me quedaba tocando hasta tarde,
resolviendo acordes,
ajustando estrofas.
Cuando no había nadie
-cuando sabía que nadie vendría-,
me grababa con un walkman japonés
y luego me escuchaba tirado en la cama,
con los ojos abiertos, reflexivos.
Estaba enfermo o loco o viejo.
Creía en la soledad.
Me obsesionaba la muerte.
Estaba persuadido de algo,
intuía alguna cosa.
Era soberbio, arrogante,
tímido, escrupuloso.
Dormía mucho.
Estaba loco o triste
o viejo.
Creía en la soledad.
Cantaba en a la cocina.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Sucutrule

Jura que es Branca, pero sé que me engaña. Lo vuelvo a probar y confirmo que no, no señor, no es Branca, de ningún modo. Si algo aprendí en estos años -le digo con la dulzura de un auténtico acreditado- es a distinguir el sabor de un Branca. El Branca es único, le digo. Se fastidia. No le gustó el remate televisivo. Ahora vuelvo, dice, y se va a buscar la botella para mostrarme que no miente. Mientras se aleja y lo veo achicarse por el pasillo, me viene un dolor parecido al hambre o a la vagancia. Le grito dejá, dejá, no te preocupes, tal vez soy yo que tengo el sabor afectado, comí un chicle hace un rato. Eso último no lo grité, pero sí lo pensé, o lo susurré, no recuerdo. Pasaron unos minutos. Nunca volvió. Entendí entonces que él había perdido en su propia cancha y que no saldría hasta que yo me fuera del bar.

La histeria de las musas

No quiero el texto. No intento el texto. No me interesa el texto. No persigo su piel ni me conmueve su escote. En esta levedad, o mejor, en esta liviandad, creo, está la cosa. De espaldas a él nos concede a veces algún giño. Olvidándolo, se nos precipita. El cuerpo del texto es el de una babosa tibia torciéndose con la inercia de las putas. Amo el desgano de las putas cuando me miran con la altura de todo su capricho. Amo esas putas llenas de desprecio que miran con los párpados pesados. En esa mirada se escribe. Tal vez ahí, el texto.