viernes, 4 de septiembre de 2009

Sucutrule

Jura que es Branca, pero sé que me engaña. Lo vuelvo a probar y confirmo que no, no señor, no es Branca, de ningún modo. Si algo aprendí en estos años -le digo con la dulzura de un auténtico acreditado- es a distinguir el sabor de un Branca. El Branca es único, le digo. Se fastidia. No le gustó el remate televisivo. Ahora vuelvo, dice, y se va a buscar la botella para mostrarme que no miente. Mientras se aleja y lo veo achicarse por el pasillo, me viene un dolor parecido al hambre o a la vagancia. Le grito dejá, dejá, no te preocupes, tal vez soy yo que tengo el sabor afectado, comí un chicle hace un rato. Eso último no lo grité, pero sí lo pensé, o lo susurré, no recuerdo. Pasaron unos minutos. Nunca volvió. Entendí entonces que él había perdido en su propia cancha y que no saldría hasta que yo me fuera del bar.

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